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Capítulo 05.

5:1-14 El libro y el Cordero

El foco de la visión cambia dramáticamente. Es como si una cámara de televisión en el cielo enfocara la mano de Dios para mostrar el rollo de un libro que nadie puede abrir. Entonces la cámara enfoca a alguien que aún no se ha visto: está de pie en el centro del trono y, en virtud de su “triunfo”, puede tomar y abrir el libro. Cuando lo hace, en todo el cielo se escuchan las alabanzas. Es probable que tengamos aquí una representación de la coronación de Jesús el Señor a semejanza de las antiguas ceremonias de entronización en el Medio Oriente. Los pasos de la ceremonia generalmente son definidos como exaltación, presentación, entronización y aclamación. El equivalente de la exaltación se ve en el v. 5, la presentación en el v. 6, el otorgamiento de autoridad en el v. 7 y la aclaración en los vv. 8–14. Así es como el Cristo Redentor entra a su reino de poder.

1 Se ha especulado mucho sobre la naturaleza del libro en la mano de Dios. Dos de las sugerencias que se han presentado son especialmente dignas de mención: una, que es un acto de contrato inscripto por partida doble y la otra que es un testamento. La primera retrotrae a los tiempos antiguos, cuando los contratos se escribían en tablillas de arcilla, y que tenían en la parte exterior señalada brevemente la naturaleza del contrato. Cuando se introdujeron el papiro y el pergamino, se usó fundamentalmente el mismo procedimiento y el documento se sellaba con siete sellos.

Se usaba un procedimiento similar cuando se escribía un testamento pues éste era sellado por siete testigos, y se abría después de la muerte del testador en presencia de aquéllos, si era posible. No se da ninguna descripción de su contenido escrito en el exterior, pero ese aspecto de la visión de Juan podía deberse a un eco consciente de Eze. 2:8–10. En realidad las dos nociones están estrechamente relacionadas, dado que un contrato es una forma común de pacto y un testamento es un tipo especial de pacto. En base a esa interpretación el rollo en manos de Dios representa su promesa de pacto de juicio y reinado para la humanidad.

2, 3 El ángel debe ser poderoso, dado que su voz tenía que llegar hasta los límites del cielo, la tierra y la esfera de los muertos (debajo de la tierra es el Hades; cf. Fil. 2:10). 5 El León de la tribu de Judá (Gén. 49:9), la Raíz de David (Isa. 11:1, 10) ha vencido por medio de su muerte y resurrección y por eso puede abrir el libro y sus siete sellos. La redención obrada por Cristo fue el medio por el cual el reino de la salvación de Dios fue establecido. 6 La descripción del Cordero combina varios usos de esa figura en el pensamiento heb. Se lo ve como inmolado y, sin embargo, está de pie … en medio del trono, vivo y victorioso. En el Apoc. el éxodo es el cuadro fundamental de la redención; el Cordero inmolado es, pues, el cordero pascual. También recuerda al cordero muerto de Isa. 53:7, el Siervo del Señor, que sufre inocentemente por toda la humanidad. Pero el Cordero tiene siete cuernos, que significa un inmenso poder (Sal. 75:4–7) y una posición de realeza (Zac. 1:18). Esto asume la representación apocalíptica contemporánea del Mesías como un poderoso líder (¡el carnero!) del rebaño de Dios, quien libera a las ovejas, venciendo a las bestias salvajes que tratan de destruirlas. En Zac. 4:10 es Dios mismo el que tiene siete ojos, lo que simboliza la omnisciencia; aquí se los identifica con los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la tierra, en armonía con la enseñanza de Juan 16:7–11. El Mesías de la promesa del AT y de la esperanza apocalíptica aparece así revelado en términos del cumplimiento del nuevo pacto.

8–10 Los querubines y los ancianos cantan un cántico nuevo, porque Jesús ha introducido la nueva era del reino de Dios por medio de su obra redentora (cf. Isa. 42:9, 10, que habla del nuevo cántico en un contexto similar). El Señor ha redimido para Dios gente de toda raza y de toda nación. La figura es la de la liberación de las gentes por un precio. En el mundo antiguo a veces los esclavos eran liberados por personas generosas que pagaban el precio; en el mundo moderno ha ocurrido lo mismo con rehenes. El patrón considerado aquí es el de la liberación de Israel de Egipto para llegar a ser el pueblo libre de Dios en la tierra prometida. La mayor liberación —la que lleva a la vida eterna en el reino de Dios— se ha realizado para toda la humanidad al costo de la sangre del Redentor. De ese modo los redimidos llegan a ser un reino y sacerdotes para nuestro Dios, cumpliendo así la vocación para la cual fue llamado el antiguo pueblo de Dios (Exo. 19:6). Su reino sobre la tierra será su “servicio” (cf. 20:4–6; 22:3).

11–14 Las multitudes angelicales se suman ahora a la canción de alabanza al Cordero (cf. Dan. 7:10). La doxología se refiere al poder y bendiciones de Cristo al comienzo de su reino (11:17) y es muy similar a la que se canta a Dios en 7:12. Toda la creación en el cielo, la tierra, el mar y la morada de los muertos se une finalmente a la hueste de ángeles y arcángeles (13). Mientras que la alabanza en el cielo en los vv. 8–12 celebra la iniciación por el Cordero del reino de la salvación, la adoración universal de Dios y del Cordero espera su consumación en el futuro. Lo mismo se aplica al himno de Fil. 2:6–11: el Señor ha recibido el nombre que es sobre todo nombre en su exaltación al trono de Dios; su reconocimiento espera su manifestación en gloria.