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Capítulo 07

7:1-17 Intervalo entre el sexto y el séptimo sellos

El sexto sello anuncia el fin de la historia con la venida de Dios y del Cordero. Uno queda a la espera de que se abra ahora el séptimo sello y sea revelado el reino de gloria. Por lo contrario, Juan relata dos visiones del pueblo de Dios en los últimos días. La primera se relaciona con el período anterior a los juicios descriptos en el cap. 6; la segunda revela a los redimidos en la gloria que seguirá. El propósito de Juan es el de asegurar a sus lectores cristianos (¡y a sus oyentes!; 1:3) que no hay por qué tener temor de los juicios en los últimos tiempos, ya que Dios les protegerá.

A menudo se piensa que las dos mitades del capítulo se refieren a dos grupos diferentes de personas, dado que los vv. 1–8 muestran el cuidado de Dios por Israel en los últimos tiempos, o por lo menos de los judíos cristianos, mientras que los vv. 9–17 describen a los salvados de las naciones del mundo. Esta es una interpretación dudosa. Si el “sellado” de la primera visión describe la protección de Dios de los juicios destructores que vienen sobre la tierra, entonces todo el pueblo de Dios lo necesita y no una parte limitada de ellos (y eso es lo que se hace; ver 9:4). Además, la expresión los siervos de nuestro Dios, que son sellados (3) aparece varias veces en el Apoc. y regularmente indica a todo el conjunto de los redimidos (ver 2:10; 11:18; 19:2, 5; 22:3, 6). Es probable que Juan haya sido guiado a emplear una profecía que originalmente estaba dirigida a asegurar a los judíos de la certidumbre de su herencia en el reino de Dios. Lo aplica a la iglesia como el nuevo Israel, dado que su simbolismo llega allí a su perfecta realización (para la iglesia como nuevo Israel véase Rom. 2:28, 29; Gál. 3:29; 6:16; Fil. 3:3; 1 Ped. 1:1; 2:9).

1 Después de esto señala una nueva visión; no es una indicación de tiempo en relación con los hechos que son narrados en el cap. 6, sino que introduce una nueva revelación dada a Juan. Los cuatro ángeles … que detenían los cuatro vientos de la tierra son un símbolo alternativo de los cuatro jinetes del capítulo anterior (como en Zac. 6:5). La furia destructora de los vientos representa toda la manifestación de juicio simbolizada por los sellos, las trompetas y las copas de ira. 2, 3 El cuadro del sello del Dios viviente se aplica a los siervos de Dios y proviene de la visión de Ezequiel de un hombre con un equipo de escribir, al que se le dice que atraviese Jerusalén y ponga una señal en las frentes de los justos para que puedan ser preservados por los agentes de destrucción (Eze. 9:1–6).

4–8 La enumeración de las tribus una por una sirve para enfatizar lo completo del número de los santos de Dios por los que cuida durante el juicio venidero. La lista es inusual en varios aspectos. Judá aparece primero, en vez de Rubén, el primogénito de Jacob (Gén. 29:32; cf. Núm. 13:4–15; Deut. 33:6); esto se debe al reconocimiento de que Judá es la tribu del Mesías. Dan se omite, pero Manasés aparece, aunque éste debiera estar incluido en José. Ciertamente esto es deliberado. Los maestros judíos asociaban persistentemente a Dan con la idolatría. En los Testamentos de los Doce Patriarcas, se dice a Dan: “Tu príncipe es Satanás.” Desde Ireneo en adelante entre los cristianos se afirmó que el nombre de Dan se omitió porque el anticristo saldría de esa tribu. Por supuesto, éste era el concepto judío, pero en realidad las descripciones del anticristo en el Apoc. son irreconciliables con esto.

9 La visión de los 144.000 sellados para evitar los efectos del juicio es reemplazada por la de una gran multitud que nadie podía contar, de pie delante de Dios y del Cordero en la gloria de su reino. A. M. Farrer consideró que este contraste señala dos temas complementarios de las Escrituras: por un lado, que Dios conoce el número de sus elegidos y, por el otro, que aquellos que heredan la bendición de Abraham son sin número como las estrellas. Sus vestiduras blancas significan pureza y gloria de resurrección y las palmas en sus manos la victoria y la alegría después de la guerra.

10 La salvación pertenece a nuestro Dios … y al Cordero es un eco del Sal. 3:8 (ver también Apoc. 19:1). Los vencedores atribuyen su redención a Dios y al Cordero. 12 La alabanza de las huestes angelicales refleja la de la multitud redimida.

13, 14 La respuesta de Juan a la pregunta de los ancianos implica: “Yo también quisiera saber.” La gran tribulación de la cual ha salido la multitud no es una designación general de las pruebas que son la suerte normal de los cristianos, sino la tribulación que tiene lugar al fin de los tiempos. La visión describe la escena después del cese de los juicios del Señor en la historia, y de los sufrimientos de los cristianos a manos de los enemigos de Dios, por lo cual tiene en vista a la última generación. Sin embargo, la declaración de los ancianos en los vv. 14b–17 describe la bendición de toda la iglesia. La dificultad se alivia si recordamos que Juan profetizaba de un día que para él está casi en el horizonte; no se le permitió ver el período intermedio antes del fin. La última persecución puede venir en cualquier momento. Aquellos que se han ido antes, habiendo dado un buen testimonio, por supuesto están incluidos en esta multitud, pero era superfluo señalarlo. Lo que está en vista es la iglesia del presente y su situación llena el marco de Juan. Para nosotros, casi dos milenios después, la iglesia está principalmente en el cielo, pero podemos saber que todos los creyentes, incluyéndonos a nosotros, estaremos en esa multitud.

Han lavado sus vestidos y los han emblanquecido en la sangre del Cordero (14) es una expresión simbólica sobre el perdón de los pecados por medio de la fe en el Cristo que murió por todos. La frase la sangre del Cordero es una forma abreviada para referirse a la muerte de Cristo, considerada como un sacrificio por los pecados; así las figuras del v. 14 presentan la eficacia de la redención del Señor en las vidas de su pueblo. Incluye la derrota del pecado en la vida en virtud del poder de la expiación de Cristo y de ese modo cubre toda la peregrinación de la vida, así como también el evento de la conversión. Los vv. 16, 17 utilizan un lenguaje tomado de Isa. 29:8 y 49:10: Cristo aplaca la sed de la gente proveyendo en sí mismo el antídoto para su inquietud, que es la contraparte plena de sus deseos insatisfechos.

Las fuentes de agua viva en la visión final de la ciudad de Dios se convierten en un río de agua viva (22:1, 2), o sea más de lo que es suficiente para las necesidades de todos.