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El Propósito del Apocalipsis

Esto fue resumido por E. F. Scott, quien llamó al Apoc. un “llamado de trompeta a la fe”. El libro fue escrito para fortalecer la fe y el valor de los creyentes en Cristo, contemporáneos de Juan, para darles fuerza para la batalla contra las fuerzas anticristianas en el mundo y para ayudarles a dar testimonio del único verdadero Señor y Salvador del mundo. Este fin fue alcanzado poniendo énfasis en los siguientes temas:

1. La soberanía de Dios en Cristo, en aquel tiempo y en todos los tiempos. Así como Jesús hizo conocer el advenimiento del reino de Dios en su ministerio, muerte, resurrección y regreso (Mar. 1:14, 15; 8:31; 10:45; 14:62), ese mismo tema es central en el Apoc. desde el principio hasta el fin (1:8; 5:5–14; 12:10–12; 19:11–21:5). No debe sorprender ya que el libro no es sino “¡la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo!” (1:2).

2. La naturaleza satánica de la adulación contemporánea al emperador. En la misma Roma el reclamo del emperador de que era “Señor y Dios” a veces era motivo de burlas, ¡por supuesto en privado! En el ámbito de las iglesias a las cuales fue dirigido el Apoc. se tomaba con profunda seriedad. Que el César exigiera lo que pertenecía sólo a Dios indicaba que “ya está obrando el misterio de la iniquidad” (2 Tes. 2:7) y que había de alcanzar su clímax en la manifestación del último anticristo. Aun así, Dios nunca es más soberano que en el frenético reino del anticristo (13:5).

3. Los inescapables juicios del Señor sobre aquellos que se someten al falso Cristo antes que al Cristo de Dios. Es significativo que la segunda y tercera series de juicios mesiánicos en este libro sean una reminiscencia de las plagas sobre el Faraón y los egipcios que resistieron a la palabra de Dios que vino por medio de Moisés. El Apoc. nos invita a considerar “la bondad y la severidad de Dios” (Rom. 11:22).

4. El elemento seguro del conflicto entre la iglesia y los poderes de opresión en el mundo en la manifestación de Cristo y la gloria de su reino. La victoria es segura, porque el diablo es un enemigo derrotado ya en la muerte y resurrección de Jesús (cf. Juan 12:31, 32 con Apoc. 12:9–12), lo que anticipa el completamiento definitivo del propósito de Dios para el bien del mundo que ha creado y redimido (21:9–22:5).