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La Paternidad Literaria del Apocalipsis

El autor se presenta en la frase inicial del libro como “su [de Dios] siervo Juan”. Se refiere a sí mismo con frecuencia a lo largo del libro, mayormente como profeta (1:2, 3, 9–11; 10:11; 19:10; 22:8, 9) pero nunca como apóstol. A este respecto difiere señaladamente de Pablo (cf. p. ej. Rom. 1:1; 11:13; 1 Cor. 1:1; 2 Cor. 1:1; Gál. 1:1). Desde la segunda mi tad del siglo II se ha dado por sentado que el cuarto Evangelio, las cartas de Juan y el Apoc. fueron escritos por una misma persona, o sea Juan el hijo de Zebedeo. Sin embargo, hay dificultades para dar esto por sentado, tal como se lo reconoció en los primeros tiempos. En el sigloIII, Dionisio, obispo de Alejandría, se impresionó especialmente por las diferencias en estilo y lenguaje entre el Apoc. y los demás escritos atribuidos a Juan. Se ha sugerido que estas diferencias se pueden explicar por las que hay en el tema y la naturaleza del Apoc. y el cuarto Evangelio, o por la posibilidad de que el Apoc. fuera escrito una generación antes que el Evangelio (al final del imperio de Nerón), dando así tiempo al autor para mejorar su estilo. Más plausible es que Juan puede haber escrito el libro en su propio idioma (el arameo) y algún otro lo tra dujo muy lit. al gr., por respeto a su contenido. Si así fuera, las diferencias lingüísticas perderían su importancia. Por el otro lado, si, como algunos piensan, el profeta Juan pudo haber pensado en arameo y escrito en gr., las diferencias serían insuperables, porque eso no habría ocurrido con el autor del Evangelio y las cartas.

Es interesante que los indicios de los Evangelios sinópticos sobre Juan, el hijo de Zebedeo, son notablemente coherentes con el tipo de persona que pudo haber escrito el Apoc.: él y su hermano fueron llamados “hijos del trueno” por Jesús (Mar. 3:17); prohibió que alguien que no era del grupo apostólico hiciera milagros (Luc. 9:49, 50); quiso pedir fuego del cielo sobre los samaritanos hostiles (Luc. 9:52–54); fue testigo de la transfiguración y la resurrección de Jesús. La posible existencia de una “escuela de Juan”, de la cual surgieron los libros que fueron adjudicados al Apóstol, podría ser de ayuda aquí, porque eso explicaría la relación positiva entre los libros y también sus diferencias. Si no logramos certeza en este asunto, sigue siendo verdad el hecho de que no hay otro libro de la Bi blia en el cual tenga tan poca importancia la identidad del autor. El libro no es “la revelación de Juan” sino “la revelación de Jesucristo, que Dios le dio [a Juan]” (1:1) y su contenido se describe más aun co mo “la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (1:2). La autenticidad de esa afirmación no se establece por el nombre de la persona que lo escribió sino por la naturaleza de su obra, que en la providencia de Dios llegó a ser la coronación de las Escrituras.